Los hallazgos de ánforas fenicias, procedentes primero de las factorías del sur peninsular y después de las ibicencas, son los vestigios de un activo comercio-que no factoría propia-anterior a la llegada de los colonizadores griegos en el Baix Ebre y al Empordà. Parece que fueron los fenicios los que introdujeron la metalurgia en Cataluña a mediados del siglo VIII aC..
Cada vez son más numerosos estos yacimientos, entre los cuales destacan los de la Moleta del Remei en Alcanar (Montsià), el de la Ferradura en Ulldecona (Montsià), el de Aldovesta en Benifallet (Bajo Ebro), el del Coll Alt y del Castellet de Banyoles en Tivissa (Ribera de Ebro), el de Puig-roig en el Masroig (Priorato) o el del Coll del Moro en Gandesa (Terra Alta). Los materiales fenicios documentados son principalmente ánforas y grandes recipientes para el transporte de vino, aceite y salazones así como vajillas de cerámicas hechas con torno y pintadas con engobe rojo. Sin embargo, no faltan objetos suntuosos como pequeñas botellas de perfumes, bronces, huevos de avestruz decorados y otros materiales de prestigio destinados a las élites locales. El interés de los comerciantes fenicios era acceder a los recursos metalúrgicos de la zona inferior del Ebro, concretamente a las minas de cobre y de plata de la zona de Falset/Bellmunt/Molar (Priorato), y controlar los excedentes de bronce y posiblemente agrícolas de las comunidades indígenas. Este comercio, canalizado desde Ebussus, no implicó la instalación de ninguna factoría permanente en esta zona del Ebro sino que los comerciantes fenicios utilizaron la propia estructura de contactos y de intercambio indígena para establecer su red comercial. Con el mismo mecanismo se explica también la presencia esporádica de ánforas fenicias en poblados indígenas de la franja costera entre el Camp de Tarragona y el Maresme, así como en poblados del Penedès y del Vallès.
Una mayor entidad del comercio fenicio, parecida a la de la zona del Ebro, empieza a dibujarse en el extremo norte oriental de Cataluña, en las actuales comarcas gerundenses, con anterioridad también a la fundación de la colonia griega de Emporion (Ampurias), producida en el segundo cuarto del siglo VI a. C. En los materiales fenicios documentados hace años en el poblado indígena de la Illa d’en Reixac de Ullastret (Baix Empordà) y en la necrópolis de Anglès (Selva) o las imitaciones indígenas de formas fenicias de la necrópolis de Can Bech de Baix d’Agullana (Alto Ampurdán), las investigaciones recientes efectuadas en los alrededores de Ampurias han permitido precisar con mayor claridad la importancia del comercio semita en esta época. En el poblado indígena de Sant Martí d’Empúries (L’Escala, Alto Ampurdán) de la Primera Edad del Hierro, se documenta en la segunda mitad del siglo VII a. C., con un contexto mayoritario de cerámicas indígenas hechas a mano, la presencia esporádica de ánforas fenicias y de importaciones etruscas. También en la necrópolis indígena de incineración de Vilanera (L’Escala, Alto Ampurdán), fechada en la segunda mitad del siglo VII a. C., el único material de importación que aparece documentado son objetos procedentes del comercio fenicio, como grandes recipientes (‘pithoi’), morteros con trípode, contenedores de perfumes (‘aryballoi’) y huevos de avestruz decorados. No cabe duda de que los comerciantes semitas fueron los primeros también en establecer contactos económicos con estas comunidades indígenas del extremo norte oriental de la península, con la finalidad de acceder a sus recursos metalúrgicos y agrícolas. También desde éstas les permitía contactar con la llamada ‘ruta de los metales atlántica’, una antigua ruta que a través de los ríos Garona y Aude conectaba el golfo de León con los yacimientos de estaño, cobre y plomo de las costas atlánticas. Este hecho explicaría también la presencia de materiales fenicios en poblados indígenas de la zona del Languedoc occidental.
Sobre esta red de relaciones comerciales entre indígenas y fenicios incidirá más tarde el comercio griego, principalmente foceo. Los comerciantes foceos, procedentes de la ciudad de Focea (Foça, Turquía) fueron según el historiador griego Heródoto ‘los primeros griegos que efectuaron grandes viajes por mar y descubrieron el Adriático, Tirrena, Iberia y Tartessos’. El interés de los foceos por los metales de la zona tartesia es incuestionable y la arqueología ha demostrado que desde el último cuarto del siglo VII a. C. establecieron contactos comerciales con las factorías fenicias del sur peninsular (Cádiz, Málaga, Toscanos…) y relaciones comerciales estables de forma directa con las ciudades tartesias, como el caso de Huelva. Sin embargo, el comercio foceo no supuso la creación de asentamientos coloniales propios en la zona tartesia sino que interactuó sobre un sistema económico comercial ya establecido por fenicios y tartesios. El hecho de que físicamente este comercio de metales estuviera controlado por las colonias fenicias de la zona, motivó la creación de una ruta comercial focea propia desde el norte del Mediterráneo, con la fundación de Massalia (Marsella), en torno al 600 a. C., y más tarde Emporion (Ampurias), entre el 580 y el 560 a. C., una vez ya establecidos unos primeros contactos comerciales con las poblaciones indígenas. En la segunda fase del poblado de la Primera Edad del Hierro de Sant Martí d’Empúries, fechada entre finales del siglo VII a. C. y el primer cuarto del siglo VI a. C., junto con las cerámicas a mano de producción local e importaciones de ánforas fenicias y ánforas y vajillas etruscas, se documentan ahora copas jonias, vasijas corintias, cerámicas griegas pintadas y grises, que demuestran la presencia de este comercio griego. Sobre este poblado indígena, se produce la creación de la factoría comercial focea massaliota de Emporion, que canalizará, a partir de su fundación, el comercio griego con las poblaciones indígenas que ocupaban los territorios de la actual Cataluña. Hoy en día está descartada la presencia de comerciantes griegos anteriores a los foceos massaliotas. Se considera, por lo tanto, una leyenda la supuesta fundación de la colonia griega de Rhode (Roses, Alto Ampurdán) por parte de los griegos de la isla de Rodas, con anterioridad a la Primera Olimpiada, es decir, antes de 776 a. C. Las excavaciones arqueológicas realizadas en Roses han demostrado que no hay materiales arqueológicos anteriores a inicios del siglo IV a. C., hecho que supone que Rhode fue una fundación griega vinculada a la órbita de influencia de Massalia o a la de la misma Emporion.
La existencia de Emporion es clave para entender la expansión del comercio griego y de la influencia de la cultura griega en los pueblos íberos de la fachada mediterránea de la Península Ibérica, configurados como tales ya desde principios del siglo VI a. C. Más cuando el resto de factorías comerciales que supuestamente fueron creadas por los foceos massaliotas para acceder al sur peninsular y que han transmitido las fuentes escritas antiguas, como Mainake, Hemerescopeion, Alonís y Akra Leuke, no han podido ser todavía localizadas. El impacto comercial y cultural de los emporitanos es evidente en la presencia constante en los poblados íberos de la actual Cataluña, a partir de mediados del siglo VI a. C., de objetos de importación de todo el Mediterráneo (cerámicas áticas de figuras encarnadas, de barniz negro, ánforas vinarias, bronces, cerámicas etruscas…). Sobre todo, en la zona de influencia emporitana, los diferentes ‘oppida’ o poblados íberos de la tribu de los indiketas, como el del Puig de Sant Andreu en Ullastret (Bajo Ampurdán), el de Mas Castellar en Pontós (Alto Ampurdán) o el de Castell en Palamós (Bajo Ampurdán), demuestran una fuerte helenización de la sociedad ibérica. Pero sin duda esta huella griega va mucho más allá, como demuestran las relaciones de Emporion establecidas con las comunidades ibéricas situadas en el sur del río Ebro y en las comarcas de occidente de la actual Cataluña.
El carácter abierto de las relaciones comerciales de la Antigüedad motivó que comerciantes fenicios (o púnicos después de la caída de Tiro el año 573 a. C. en manos de los persas, que supuso la asunción de Cartago como metrópolis de las factorías semitas peninsulares) y griegos fueran los intermediarios de la comercialización y llegada de productos manufacturados de otras culturas del Mediterráneo. Así, tanto la presencia de materiales etruscos (ánforas de vino, vajillas de mesa de ‘bucchero nero’, bronces…) como de materiales egipcios (escarabeo, alabastros…) en la Península Ibérica tienen que ponerse en relación con la actividad comercial desarrollada por los fenicios púnicos y por los foceos massaliotas.