El uso de las cáscaras de los huevos de avestruz, como
recipientes exóticos de lujo o como elemento ritual funerario, se remonta al
epipaleolítico sahariano, donde se presenta con profusas y complicadas
decoraciones grabadas. En el predinástico egipcio las piezas halladas en tumbas
a partir del VI milenio se decoran con motivos pintados en rojo. En las tumbas reales de Ur del III
milenio los huevos de avestruz,
originarios del desierto sirio, forman parte de los ajuares funerarios, del
mismo modo que en las tumbas del bronce medio y reciente, del II milenio a.C.,
de Siria, Palestina y Chipre, desapareciendo las últimas importaciones en el s.
X.
En el Egeo
los huevos de avestruz se importan en el minóico y heládico reciente de la
segunda mitad del II milenio, tanto en los palacios, donde se usan como lujosos
vasos decorados, como en los enterramientos con función ritual y apotropáica. A
partir del s. VIII estas piezas, de procedencia africana a través de
Egipto, son frecuentes en los santuarios griegos de Afaia en Egina, de Apolo en
Corinto y de Hera en Samos y Argos, apareciendo igualmente en las necrópolis de
Rodas.
Según los análisis efectuados en los huevos de avestruz,
existen dos focos de origen y distribución, el africano y el sirio. El foco
africano o nubio los exporta a Egipto desde la época predinástica hasta fines
del II milenio, alcanzando desde allí Chipre en la segunda mitad del II
milenio, y el Egeo. El foco sirio es el origen de los ejemplares de Sumer en el
III milenio, y de los ejemplares de Siria y Palestina en el II milenio.
A principios del I milenio cesa el comercio de los huevos de
avestruz en Oriente y el Mediterráneo, reapareciendo en el s. VIII y
poniéndose de moda en el ritual funerario de la colonización fenicia hasta la
época púnica avanzada.
En Ibiza la necrópolis fenicio-púnica de Puig des Molins
entregó casi un centenar de cáscaras de huevos de avestruz pintadas en tumbas
de los siglos VI-III, un millar de piezas halladas en territorio español,
especialmente de las necrópolis de Puig des Molins y Villaricos.
En la Península Ibérica los primeros hallazgos de huevos de
avestruz fueron documentados por G. Bonsor (1899) en los túmulos funerarios
tartesios de los Alcores sevillanos y Carmona (Acebuchal, Puerto Judío, Santa
Marina.
La Harinera, Santa Lucía y Cruz del Negro. del s. VII-VI. La
necrópolis púnica de Villaricos, del s. VI-II a.C.,
excavada por L. Siret (1908) y más extensamente publicada por M. Astruc (1951),
con cerca de ochocientos ejemplares entre sus ajuares, entregó el mayor
conjunto de estas piezas de todo el Mediterráneo.
En la necrópolis Laurita, fechada en los tres primeros
cuartos del s. VII, aparecieron huevos de avestruz en varias tumbas,
continuando los hallazgos en la contigua necrópolis púnica de Puente de Noy.
Otros ejemplares proceden de las necrópolis orientalizantes de Boliche, del s. VII y VI, de La
Joya, del s. VII-VI, de las púnicas de Jardín y de la Albufereta, del s.
VIII
y de la necrópolis griega de Ampurias, del s. V .
Los huevos de avestruz aparecen fragmentados en
establecimientos fenicios como Morro de Mezquitilla, Toscanos, Alarcón, Cerro
del Villar, Abdera y La Fonteta en
Guardamar del Segura, en el tartesio del Carambolo y en el ibero-púnico del Tossal de Manises.
También han aparecido estos fragmentos de huevos de dicha
ave en la necrópolis orientalizante de les Casetes en Villajoyosa ( Alicante).
El huevo de avestruz siempre ha estado revestido de un
carácter sagrado, por lo que suele hallarse en santuarios como elemento votivo
y en necrópolis con función apotropáica, como germen de vida y de recuperación.
En las tumbas suele contener ocre, que es otro elemento con
el mismo significado simbólico de la sangre y de la vida. Aparecen completos
con una o dos perforaciones para extraer el contenido, pero es más frecuente
hallarlos recortados a dos tercios de altura para servir de recipientes. El
borde es liso o dentado, siendo más común el primero.
Los motivos decorativos pintados en rojo adoptan los temas
de moda en cada horizonte cultural, fenicio, griego o púnico, del Mediterráneo,
siendo los más primitivos (s. VIII-VI) los temas geométricos como los de Laurita, a base
de metopas o rectángulos con aspas inscritas, análogas a las del vaso 193 de la
necrópolis carmonense de la Cruz del Negro, fechado en el s. VII y de clara
tradición del geométrico chipriota y siro-palestino.
El tema geométrico de los ejemplares de Laurita está
acompañado por la representación de aves esquemáticas, comunes en cerámicas,
estelas y pinturas tumbales del mundo orientalizante mediterráneo, bien
representado en cerámicas orientalizantes del Cabezo de San Pedro de Huelva,
del Picacho de Carmona, de los Saladares de Orihuela, de la necrópolis de Mesas
de Asta, etc.
En la escatología fenicia es fundamental la creencia en la
existencia del alma, como un principio o hálito que se eleva en la atmósfera
con forma de ave, equivalente al «Ruah» de los textos ugaríticos.
En Laurita las aves pintadas en los huevos de avestruz
corresponden a gallos. En la representación de aves de la iconografía funeraria
fenicio-púnica, el gallo de las pinturas murales de la tumba VIII de la
necrópolis púnica de Jebel Mleza es símbolo de valor apotropáico, una víctima
ofrecida en sacrificio, según G. Picard, o la evocación del alma del difunto,
según M. Fantar (1970). Las aves funerarias evocan el viaje del alma, siendo un
símbolo de la resurrección del muerto, quién, después de permanecer en la
tumba, su espíritu se dirige a la región de ultratumba.
A partir del s. V a.C. el ave, en forma de
paloma, símbolo del alma del difunto, sostenida en la mano por una divinidad
telúrica femenina, identificada con Artemis, Deméter, Perséfone o Tanit, como
sucede en la estatua de la tumba 155 de la necrópolis de Baza (F. Presedo,
1972), se pondrá de moda en el Mediterráneo por influencia helénica, desde
Rodas hasta Iberia, pero los orígenes serán anteriores, como se constata en
Laurita.
La decoración pintada de los huevos de avestruz a partir del
s. V adopta los temas florales de la cerámica griega de figuras
rojas.
Los huevos de avestruz de los yacimientos fenicios del
Mediterráneo central y occidental proceden en época
arcaica de Nubia y del desierto occidental del Nilo,
distribuido por Egipto en el s. VIII y por Cartago desde el s. VII. Con la
expansión colonizadora fenicia por el Atlántico marroquí, las colonias de Lixus
y Mogador distribuirían probablemente la mercancía sahariana hacia Gádir, pero
la excesiva abundancia de piezas de las necrópolis púnicas de Villaricos y de
Puig des Molins parece indicar que el emporio de transacciones continuó siendo
Cartago. Los huevos de avestruz fueron imitados en las cerámicas funerarias de
las necrópolis ibero-púnicas del Cortijo de las Sombras de Frigiliana del s. VI, de Villaricos (s. IV),de
Tutugi y del Cabecico del Tesoro (s. II a.C.).
La Fonteta en la Contestania ha
proporcionado un número considerable de fragmentos de huevos de avestruz con
ocre rojo en su interior, algunos de los cuales dejan todavía ver motivos
bícromos en su superficie externa.
Tenían como objetos rituales de enterramiento los huevos
de avestruz, que simbolizaron el principio vital y la regeneración de la vida,
y los depositaban en los talleres fenicios de fundición.
En el siglo VIII a C. estos huevos
de avestruz eran bastante vulgares en los yacimientos debido a las
colonizaciones de los fenicios y demás pueblos orientales y a las
características orietalizantes de los poblados y necrópolis en La península
Ibérica.
En el poblado Contestano de la Escuera había
vasijas de imitación y decoración libre
a los huevos de avestruz que más bien tenían un carácter ceremonial.
Sobre el hallazgo de huevos de Avestuz Torres Ortiz nos dice que su significado funerario es evidente yráramente se han hallado en contextos de habitat dentro de las colonias fenicias como ocurre en Toscanos.
Las cascaras de huevo de avestruz de la forma I aparecidas en España son coincidentes en su ausencia de ornamentación a las halladas en los yacimientos del Norte de África, que datan del siglo vi a. J. C, asi mismo las cascaras de la forma III, IV y VII son similares en su decoración a las descubiertas en dichos yacimientos africanos.
Los motivos de la forma II son todos muy diferentes entre sí, aunque presenten una similitud a causa de la corriente orientalizante que existió en esa época.
Es posible, por tanto, que en un primer período las cascaras halladas en España fueran traídas ya decoradas del Norte de África, y que posteriormente, cuando se difundió más esta costumbre de depositarlas en las tumbas, existieran en España distintos talleres decorativos que copiaran y transformaran.