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sábado, 11 de marzo de 2017

HINTERLAND DE ANDALUCIA


En el territorio hay que diferenciar un núcleo central y un hinterland.
    El central tiene dos focos: el foco onubense y el foco del bajo Guadalquivir. El hinterland o "provincias tartésicas" contaría con Extremadura (provincia de Badajoz) y un foco portugués. Hacia el Mediterráneo los últimos hallazgos en Guardamar del Segura dan una cierta veracidad a las fuentes históricas que se refieren al territorio tartésico tan amplio como el comprendido entre el Tajo y el Mediterráneo y hasta el río Jucar. Se han encontrado grafitos en cerámica lo cual nos habla no sólo de extensión sino también de uso. El foco onubense es más abierto, más receptivo. El otro foco (Bajo Guadalquivir) es más interno y tradicional. El foco onubense se caracteriza porque sus poblados giran entorno a la explotación minero metalúrgica. El foco del Bajo Guadalquivir gira entorno a una economía agropecuaria y en relación a las vías naturales de comunicación con la meseta y Extremadura. En el foco onubense las vías se dirigen hacia la costa, hacia el puerto de Huelva, puerto comercial indígena y diferenciado del de Cádiz que es colonial fenicio, apesar de ello debemos contar con el hecho de que existe una clara organización social,distribución del poblamiento y del territorio, explotación de la metalurgia y la organización que ello supone. La economía gira hacia la explotación minero-metalúrgica y hacia la economía de tipo agropecuario.
 
Cerro Gordo

    En Gilena, el proceso histórico descrito está representado desde un punto de vista arqueológico, por la continuidad del yacimiento del Cerro Gordo, sobre el que ya se ha pormenorizado en el apartado anterior. Durante la fase que nos ocupa, la denominada como Orientalizante o Tartésico Clásico los hallazgos cerámicos realizados por diferentes intervenciones han puesto de manifiesto su importancia como lugar de tránsito de mercancías de origen oriental, acaso procedentes de la costa malagueña a través del valle del Guadalhorce, cuya cabecera tiene fácil acceso a la del río Blanco: sería el caso de las cerámicas grises de tradición oriental halladas en el lugar o los vasos polícromos con decoración figurativa.
   El repertorio cerámico registrado incluye cerámicas a torno de barniz rojo, vasos pintados con motivos figurativos (tanto florales como zoomorfos) y asas geminadas, así como platos y cuencos de cerámica gris bruñida, cuya difusión abarca tanto yacimientos coloniales, como otros del núcleo tartésico y su hinterland en ambientes cronológicos de los s. VII y VI a.C.
 Dada la importancia de Cerro Gordo como centro principal de la zona, cabría preguntarse si el actual topónimo Ípora, que aparece en las cercanías del yacimiento entre los términos de Gilena, Osuna y Aguadulce, y que da nombre a varias fincas de la zona (hacienda de Ípora, cortijo de Ípora, cortijo de Ípora Baja), podría tener un origen turdetano y, más aún, tal como apunta Ferrer: no consideramos gratuita la posible identificación de Cerro Gordo con un posible oppidum denominado Ipora.
 Para empezar, tengamos en cuenta la similitud de éste con otros del mundo prerromano andaluz, asociados generalmente con áreas de campiña, como son los casos de Ipora o Ipra (Marmolejo, Jaén), Epora o Ipora (Montoro, Córdoba) y Aipora o Ebora (Cortijo de Ebora, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz). Incluso es posible seguir la pista de otro similar en Portugal, como es Ebora, nombre antiguo de la actual ciudad de Évora, capital del Alto Alemtejo.

 El Negrón

En la Cueva Antoniana se ha registrado un enterramiento de incineración en una cista excavada a la entrada de la misma. Las cenizas estaban depositadas en una urna cineraria a torno con decoración a bandas, típicamente turdetana. Por proximidad, podríamos suponer que sería la zona de necrópolis del asentamiento de Los Cortijos Viejos II.
   En el conjunto del término se han hallado:
Piezas a mano de uso corriente, con formas globulares de tradición del Bronce Final, que siguen en uso como piezas de cocina. La continuidad de su uso abundaría en la “vuelta a las tradiciones” de la que hablamos en la introducción al capítulo.
Piezas a torno, mucho más abundantes en número y diversificadas en cuanto a formas que en época orientalizante, producto de la imitación de las cerámicas de prestigio importadas por el común de la población. Al contrario con lo que ocurre en el área oriental de la Península, la decoración se ha simplificado, abandonando la figuración polícroma por motivos geométricos a menudo monócromos (principalmente en rojo). Su uso viene marcado por las formas y calidades, pudiendo encontrar desde cuencos, platos o ánforas de uso corriente (son típicas las ánforas “de saco” de tradición púnica), hasta piezas de lujo utilizadas en las grandes ocasiones o como ajuares funerarios acompañando a las urnas cinerarias. La decoración más frecuente consiste en bandas horizontales de anchura variable en múltiples combinaciones, aunque en ocasiones aparecen líneas onduladas verticales o aspas inscritas entre franjas.

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