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lunes, 26 de diciembre de 2011

EL IMPERIO ECONOMICO Y CULTURAL

A día de hoy, los expertos consideran que Fenicia fue un primer ejemplo de “economía global” dirigida por imperios. El momento de máximo esplendor de la cultura fenicia se sitúa entorno al 1.200 a.C. y 800 a.C.
La mayoría de los asentamientos fenicios más importantes tuvo lugar durante todo este período: Biblos, Sidón, Tiro, Simyra, Aradus y Beritus ya aparecen en las Tablillas de Amarna si bien los primeros restos arqueológicos con elementos culturales claramente identificables con la cultura fenicia, corresponden a fechas tan tempranas como el III milenio a.C.
Realmente, Fenicia no era una nación, sino una liga de ciudades – estado, semejantes a las que encontraremos con posterioridad en la Grecia Clásica. A principios de la Edad del Hierro, alrededor del año 1.200 a.C., la repentina y violenta aparición en la parte oriental del Mediterráneo de los Pueblos del Mar, que desplazaron el centro de poder en la zona, dominada por hititas y egipcios, permitieron el florecimiento de las ciudades fenicias, convirtiéndose en potencias marineras.
Despunta muy pronto entre las demás, la ciudad de Biblos, que se vuelve el centro del dominio fenicio en el Mediterráneo. Ya alrededor del 1.000 a.C., Tiro y Sidón reclaman su parcela de poder, convirtiéndose ahora Tiro en la ciudad hegemónica, bajo el mando de Hiram I (969 – 936 a.C.). Es en este período del liderazgo de Tiro, en que se funda Cartago (en el año 814 a.C.) bajo el reinado de Pigmalión (820 – 774 a.C.).
Se creaba así la futura potencia que habría de desafiar a Roma siglos después.
Las finanzas  y el comercio a nivel multinacional o en grandes proporciones ya se conocía desde la Edad Antigua, eran pues los fenicios quienes se encargaron de él, es decir, de transportar mercancías a alto nivel por todo el Mediterráneo tanto Oriental como Occidental, superando beneficios, como si se tratase de mercancía valiosa y manufacturada que llevaban a lo largo y ancho del Mar.
 Para los fenicios, la  mayor parte de su vida giraba en torno al comercio y los mercadeos.
De hecho, los hallazgos arqueológicos muestran que su afán comercial les  condujo hasta los mas remotos lugares del mundo antiguo; sus factorías, de salazones, de cerámica y otros objetos, que comerciaban con los indígenas y con las gentes de las costas
repartidas a lo largo y ancho del Mediterráneo, dan buena prueba de ello.
Dada la importancia que tuvieron los fenicios durante la
Antigüedad, resulta verdaderamente curioso que hasta mediados del siglo pasado apenas se supiera nada de ellos. Hasta el momento, la historiografía contaba tan solo con vagas noticias de su existencia, citas de Homero en la Iliada y  la Odisea, menciones de pioneros de la historia como Herodoto y Plinio, y
sobre todo, pasajes de la Biblia. El descubrimiento casual del sarcófago de  Eshmunazar, rey de Sidon, en el año 1856, fue el detonante que desencadeno una  autentica fiebre arqueológica por desenterrar del olvido a este pueblo.
 Por citar un ejemplo próximo de las continuas sorpresas que todavía pueden  depararnos, basta con citar el hallazgo, el 26 de septiembre de 1980, de un  valioso sarcófago en pleno centro de Cádiz, ciudad que cuenta con mas de 3000  años de historia y cuya fundación se debe, precisamente a los fenicios.
Para encontrar el lugar de procedencia de este pueblo ancestral
debemos viajar hasta una estrecha franja del litoral Mediterráneo que  antiguamente se llamaba Canaan. Fue en el norte de esta tierra, en el actual  Líbano, y la costa de Siria, donde una serie de tribus, que hablaban lenguas  semíticas, decidieron establecerse en pequeñas aldeas de pescadores junto a la costa.
Con el tiempo, esos pequeños establecimientos acabarian convirtiéndose  en autenticas ciudades. Ugarit, Biblos y Sidon fueron algunas de las primeras, y su origen puede situarse a finales del quinto milenio antes de Cristo.
La historia de Fenicia se encuentra indisolublemente unida a estas urbes, a  las que debemos añadir Tiro, que surgió algo mas tarde.
Ninguna de estas ciudades podía comunicarse fácilmente por
tierra con otras, ya que la geografía resultaba demasiado accidentada, por lo  que cada una de ellas fue constituyéndose en un estado autónomo que velaba por sus propios intereses, centrados especialmente en la buena marcha de los
negocios. Tal vez este hecho explique su peculiar organizacion de gobierno.
El sistema político de las ciudades fenicias funcionaba como la plantilla de  una gran empresa. Al frente de la misma se hallaba un monarca, cuya misión principal consistía en defender los intereses de su ciudad frente a los otros estados, e incluso frente a las grandes potencias de la época como Egipto, Babilonia o Asiria. Buena parte de la prosperidad alcanzada por los fenicios
se debió a sus reyes, que sabiamente supieron pactar con los vecinos en los momentos oportunos y rendir vasallaje y pagar tributos a las grandes potencias, cuando las circunstancias lo requerían. Un rasgo característico de la política de estos príncipes fue su tolerancia a los extranjeros, a los que se les permitía asentarse en la ciudad y montar sus propios negocios. La medida resultaba de lo mas conveniente, pues en algún caso los extranjeros podían intervenir frente a los grandes imperios para que no ejercieran presión sobre las urbes donde ellos habitaban.
El rey no solo se hallaba a la cabeza del gobierno, sino que
también era el principal comprador y vendedor del Estado. A través de los textos bíblicos podemos hallar un buen ejemplo en Hiram, monarca de Tiro, que proporciono al rey David los operarios para construir su palacio. Años después, cuando reinaba Salomon en Israel, el mismo Hiram le facilitó los arquitectos y la mano de obra que hicieron posible la edificación del templo de Jerusalem. La autoridad real se transmitía de padres a hijos. Ahora bien, por si el derecho dinástico no bastara, los reyes asentaban su poder en la religión, e incluso se da el caso de que en muchas inscripciones la función sacerdotal (cuyas atribuciones consistían en levantar templos a los dioses y  presidir las grandes ceremonias) se antepone a la monárquica. En el ejercicio del poder, el rey se hallaba respaldado por un funcionario civil, con el titulo de gobernador, y otro militar al que se denominaba comandante de campo.
Tal vez estos dos personajes constituyeran las máximas autoridades de la ciudad, pero no conviene olvidar que, para los fenicios, la actividad mercantil constituía el eje de toda la sociedad, y en el gobierno no podían faltar los representantes de las familias mas acreditadas para defender sus intereses comerciales. Formaban un consejero que asistía al rey en sus deliberaciones, con lo que se establecía así una especie de compromiso
político entre la monarquía y una oligarquía de ciudadanos adinerados.
Este poderoso estrato social contaba con cuantiosos recursos
para constituir flotas, costear expediciones comerciales e incluso formar sociedades aseguradoras que cubriesen los riesgos que podían acechar a las naves en la mar, y que abarcaban desde los piratas hasta las tormentas.
 Ahora  bien, quien no se arriesga no obtiene beneficios, y para los fenicios resultaba totalmente necesario efectuar viajes a ultramar para conseguir las materias primas y las mercancías que traficaban.
De su buena fama como navegantes y navieros nos hablan ya las fuentes egipcias en una fecha tan temprana como el año 2600 AC, en el que el faraón Sakhure compró a los fenicios, entre otras cosas, un lote de 40 barcos construidos con la tan preciada madera de cedro de Libano.
En aquella época, la ciudad fenicia mas prospera era Ugarit, que no solo mantenía relaciones con Egipto, sino también con la potencia naval indiscutible del momento: Creta.
Pero el mapa político, dominado por los imperios hitita y egipcio, sufrió un tremendo cambio en el siglo XII AC: la invasión de una misteriosa horda, a las que se ha denominado Pueblos del Mar, provoco el retraimiento de Egipto y el derrumbamiento del imperio hitita. En cuanto al ámbito del Egeo, los micénicos, y después los aqueos, habían tomado el relevo a la brillante cultura de los cretenses.
Tampoco Ugarit salió muy bien librada del maremagnum, pero Tiro, que se hallaba emplazada en una isla, pudo resistir con éxito las invasiones.
Y liberada del yugo de los grandes imperios, inicio una verdadera aventura comercial y marítima a gran escala. Las sucursales de esta ciudad fenicia abarcaron todo el Mediterráneo y alcanzaron incluso el extremo mas occidental, mediante la fundación de Gadir (Cádiz), hacia el año 1100 AC. Con el tiempo Gadir pasaría a convertirse en la colonia mas importante de la zona, pues no en vano su ámbito de influencia económica alcanzaba no solo la franja
comprendida entre Oran e Ibiza, sino también el litoral atlántico de
Marruecos.
Los orígenes de Cádiz se debieron a motivos meramente
comerciales, en sus alrededores se podía obtener fácilmente la plata, mineral del que existía una fuerte demanda en los imperios de Oriente, sobre todo en Asiria. Lo mismo podríamos decir de las innovaciones técnicas de los fenicios en el arte de la navegación. Cualquier invento que facilitase una mayor carga de mercancías, mas rapidez en su transporte, o protección frente al enemigo era aplicada inmediatamente a los navíos. Las embarcaciones fenicias comerciales resultaban claramente identificables por la forma ancha y redonda del casco, estructura que permitía cargar gran cantidad de productos, pero que afeaba su aspecto. No en vano los griegos las llamaban gaulos (bañera).
Alrededor del año 800 AC los barcos de guerra fueron dotados de
una invención terrible: el espolón. No sabemos con seguridad si tal innovación se debió a los fenicios. Lo que si sabemos es que fueron los inventores del navío mas temible de la antigüedad: el trirreme. Como bien es sabido, cuando el viento no sopla con la fuerza precisa, el velamen se convierte en un elemento inútil para la navegación. Ahora bien, la velocidad y la maniobrabilidad mediante los remos resulta notablemente menor a la que proporciona el viento: la solución consiste en construir barcos mas largos, para albergar mayor numero de remeros. Pero con ello se pierde maniobrabilidad. Si se superponen 2 filas de remos, ya no es necesario alargar la nave. El birreme era una embarcación que venia empleándose desde tiempos antiguos, y los fenicios lo mejoraron añadiéndole una fila mas de remeros. El invento se produjo en los astilleros de Cartago en el siglo IV AC. Esta
ciudad tuvo su origen como colonia fenicia y, según una leyenda, fue fundada alrededor el año 814 AC por Dido, hermana de Pigmalion, rey de Tiro. Existe otra leyenda cuyo protagonista, venerado como un dios, se llama tambien Pigmalion. Este era rey de una colonia fenicia de Chipre, y su historia
ilustra a la perfección la fama que alcanzaron los fenicios como creadores de productos artesanales: Pigmalion era un ser traumatizado por la idea de que en toda mujer anidaba la maldad, así que decidió no tener contacto con ninguna.
 No obstante, su misoginia no le impedía albergar el instinto natural de tener a su lado una compañera, por lo que construyo con sus propias manos una perfecta figura femenina de marfil, material que los antiguos consideraban como el mas próximo a la carne humana. Y resulto que se enamoro locamente de la estatua. Desesperado por el deseo, pidió a los dioses que le dieran una
mujer semejante a la que el había fabricado, y estos accedieron: la estatua cobro vida y de la unión nació una niña.
Verdaderamente, el mito de Pigmalion halla un justo eco en las
talla de marfil desenterradas por la arqueología: los mangos de espejos y abanicos, las estatuillas y las placas, con su variedad de formas, constituyen la clara muestra de una habilidad artesanal exquisita. El mismo Salomon hubo de recurrir a los artistas fenicios para que le construyeran el Arca de Alianza.
La artesanía fenicia alcanzo también altas cotas en la joyería, terreno en el que se perfeccionaron en tal grado que consiguieron lo
inimaginable con la fabricación de esterillas cuyo diámetro tan solo media una décima de milímetro. Asimismo, resultan sorprendentes sus finos trabajos en vidrio. No obstante, y a pesar de la brillantez de sus obras artesanales, se hace patente cierta falta de originalidad. Para ser mas precisos, se podría decir que cuando en el espectro político domina Egipto, el arte de los fenicios copia a
los egipcios, el arte de los fenicios copia a los griegos cuando la dominación procede de los griegos. A fin de cuentas, no conviene olvidar que estos productos constituían sobre todo mercancías de lujo cuya finalidad era la venta. Y al igual que sucede hoy en día, si en el mercado aparecía una moda determinada, el negocio consistía en ofrecer lo que el publico quería, especialmente en lo tocante a productos de lujo. De todas formas, si existía una mercancía totalmente fenicia: se trataba de la púrpura, tan apreciada por las gentes de la Antigüedad, hecha con tejidos teñidos con el jugo del murex, un molusco que habitaba en las costas del Libano.
Desde luego, el mercado internacional no demandaba únicamente
productos suntuosos. La oferta de los fenicios abarcaba prácticamente todo.
A la plata que solicitaban los imperios de oriente, y que ya hemos mencionado, debemos añadir cereales, vinos, aceites, etc. El método utilizado por estos avispados comerciantes podría definirse hoy como el arte de la astucia. El sistema de trueque, que se empleaba desde tiempos inmemoriales, solo comenzó a
decaer a partir de que Giges, rey de Lidia entre los años 680-652 acuño monedas por primera vez en la historia.
Los fenicios no gozaron precisamente de muy buena fama como
comerciantes honrados y escrupulosos. Si bien al principio no traficaban esclavos, llego un momento en el que los confiados nativos aprendieron cuan peligroso resultaba dejar que sus hijos o hijas se aventuraran a subir a sus naves. Ni el osado Ulises quiso aceptar el ofrecimiento de unos marinos fenicios de llevarlo a su isla Itaca. Y es que conocía muy bien la triste historia de su porquero Eumeo, que había sido príncipe hasta que, siendo todavía un niño, se atrevió a visitar el navío de tan pérfidos mercaderes y fue raptado y vendido como esclavo.
Así pues, cualquier cosa de la que se pudiera extraer un
beneficio y fuera transportable, constituía materia negociable.
El afán comercial de los fenicios era la obsesión de sus vidas, y de esta obsesión enfermiza nació el mayor logro que este pueblo ha legado a la humanidad. Nos estamos refiriendo al alfabeto. Los sumerios habían inventado la escritura alrededor del año 3100 AC, y sus artífices fueron los sacerdotes del templo de
la ciudad de Uruk. Este templo, consagrado a la diosa Eana, era también una especie de almacén donde entraban y salían toda clase de productos. Como los sacerdotes debían llevar una estricta contabilidad y eran tantas las mercancías en movimiento, la memoria les faltaba a menudo, asi que se les ocurrió la genial idea de anotar sobre barro una serie de signos para identificar el numero y el nombre de los productos. Naturalmente, los signos resultaban tan innumerables que era preciso casi una vida entera para comprender su significado. Pero a pesar de los inconvenientes, el invento se extendió a otros países. El escriba se convirtió en una figura tan imprescindible como emblemática.
Las cosas siguieron así durante largo tiempo, hasta que los
fenicios entablaron contacto con todos los países que habían adoptado la escritura. En muchas ocasiones las transacciones eran de poca monta, pero debían anotarse con exactitud. Debido a este tipo de comercio al detall, el mercader fenicio tuvo que ingeniárselas como pudo, prescindiendo de los servicios del escriba. Y se dio cuenta de que en todos los lugares, en todos los idiomas se repetían una serie de sonidos que muy bien podían convertirse
en otros tantos signos identificables. De esta forma, y para facilitar no solo la rapidez de las transacciones, sino también la inteligibilidad inmediata de una lengua extranjera, los fenicios redujeron los sonidos de todas las lenguas al asombroso y reducido numero de 30 signos. De esta forma surgió el alfabeto.
Desde luego, y hasta el año 332 AC, en el que iniciaron su decadencia tras las conquistas de Alejandro Magno; decadencia que culminaría cuando Fenicia entro a formar parte del ámbito romano; podríamos afirmar que los fenicios sobrepasaron con creces las limitaciones de su tiempo, gracias a su ingenio y habilidad para los negocios. Sin embargo, vivieron de lleno la epoca que les toco en suerte, y una mancha negra pesara sobre su cultura.
A pesar de todos sus adelantos y refinamientos no consiguieron superar las imposiciones de su religión primitiva y cruel.
Estos inventores del alfabeto, estos pioneros del comercio, estos navegantes intrépidos que tal vez alcanzaron las costas de América, creían firmemente que las fuerzas de la naturaleza se debían a la lucha de los dioses cada cierto periodo anual, y para que el ritmo natural de las estaciones no se detuviera.

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