lunes, 2 de enero de 2012

CERRO DEL VILLAR


El asentamiento fenicio situado en la desembocadura del río Guadalhorce fue el centro neurálgico de Málaga a partir del siglo VIII a. C. Hoy, la arqueología ha aportado más datos para la reconstrucción de la vida diaria de una de las colonias fenicias más importantes del Mediterráneo.
La ciudad que ocupó la desembocadura del Guadalhorce tuvo una existencia corta: fundada en torno al año 800 a.C., fue arrasada por una crecida del río 300 años después. Sin embargo, en tan breve plazo se consolidó una de las colonias fenicias más importantes de la Península, que sirvió de lanzadera a los navegantes del otro extremo del Mediterráneo para intercambiar productos con Tartessos. Pronto, la ciudad que según algunos historiadores pudo ser Mainake creció más allá del delta y se extendió por la costa. Su crecimiento favoreció la creación de unos astilleros y el asentamiento de una población formada no sólo por fenicios, también por griegos y egipcios que buscaban la plata de Tartessos. La deforestación provocó la fatal subida del caudal del río.
El verano de 2010 representó un paso más en el conocimiento de los hábitos de vida de este yacimiento, declarado Bien de Interés Cultural en el año 1998. La excavación realizada en la denominada Finca de las Marismas de Guadalmar, situada frente al centro comercial Leroy Merlín y en el entorno del Cerro del Villar, ha sacado a la luz ejemplos que verifica que existían núcleos poblacionales rurales en los alrededores del asentamiento fenicio, a finales del siglo VI y principios del V antes de Cristo, así como la aparición de restos de una necrópolis de la misma época.
Todos estos vestigios han visto la luz gracias a la intervención arqueológica de la empresa Nerea, que excavó la zona afectada por las obras para el acceso sur al Aeropuerto de Málaga, en su conexión con la autovía A-7 (ramal 1), ejecutadas por FCC Construcción. La intervención ha sido dirigida por Daniel Florido y ha contado con el asesoramiento científico de Eduardo García.
Respecto al cementerio, los arqueólogos de la excavación Verónica Navarrete y Miguel Ángel Sabastro precisan que es el primero que aparece en el entorno del Cerro del Villar. «A pesar de que está muy arrasado, hemos localizado once posibles estructuras funerarias excavadas directamente en la tierra, donde se depositaron restos de incineraciones». Así, han salido a la luz las fosas, pequeñas y ovaladas, y las cerámicas de las urnas de la cremación, pero apenas se han detectado restos de ajuar funerario, salvo una fíbula de doble resorte y algún elemento cerámico.
Según los arqueólogos, «todo esto parece indicar, «siempre como una hipótesis», que estamos ante una comunidad quizás más vinculada al mundo autóctono, aunque muy penetrada por la cultura material fenicia, un ambiente híbrido y típicamente colonial».
La excavación, con una extensión de un kilómetro de longitud y en la que se plantearon seis cortes, ha arrojado más luz sobre esta etapa (finales del siglo VI y principios del V antes de nuestra era), que según los datos históricos, fue el momento en que los fenicios abandonaron el Cerro del Villar y se trasladaron de forma masiva a la capital. A tenor de los hallazgos, Sabastro y Navarrete consideran que el éxodo se produjo de una forma paulatina, porque «todavía había poblaciones en la zona durante ese periodo».

Viviendas

Estas afirmaciones vienen reforzadas por el descubrimiento de tres viviendas, de las que una presenta una mayor entidad y ha sido localizada debajo del talud de la A-7, lo que ha imposibilitado obtener más información. Los arqueólogos afirman que esta potente construcción de piedra, de planta rectangular, presentaba refuerzos de sillares en las esquinas y estaba dividida en dos espacios.

La localización de numerosos restos de cerámica fenicia de imitación griega, corrobora que existió una demanda de esa población por este tipo de cerámica, sostienen estos especialistas.
Igualmente, en la zona cercana a la necrópolis se han hallado restos de un pequeño varadero, para pequeñas barcas. «Los restos cerámicos de ánforas y la estratigrafía demuestran que era una zona de mar», comentan respecto al hallazgo, del que se localizó uno de similares características en Toscano, en la comarca de la Axarquía.
Cerro del Villar
Se encuentra situado junto al río Guadalhorce y a escasos metros del mar (unos 500 m.) y fue descubierto en 1965 por un grupo de aficionados de la O.J.E., excavándose una mínima parte de él dos años después por Arribas y Arteaga, en concreto se realizó un corte que dio siete niveles y donde apareció una estructura de muro que se interpretó como perteneciente a un almacén; además, un nivel de destrucción, el nivel V del corte, sirvió para diferenciar dos etapas del yacimiento, Guadalhorce I y II. En la publicación de los resultados de esa excavación se establecía una fecha de fundación del asentamiento sobre el 650 a.C. y un abandono del mismo que coincidiría con el nivel V, sobre 580-570 a.C. y posteriormente una continuidad hasta el siglo V (fase II). Los materiales de esa primera fase de conocimiento del yacimiento son en su mayoría de superficie, existiendo platos, lucernas, ánforas, cuencos, etc., así como piezas de importación de talleres áticos y orientales y un anillo con escarabeo basculante y sello.
Desde entonces no se realizaron excavaciones hasta que se produjo la transferencia de competencias a la Junta de Andalucía en materia de Cultura; así, en 1986 la doctora Aubet realizó una prospección geofísica que determinó que el lugar donde se encontraba el yacimiento fue originalmente una isla y que el corte realizado anteriormente no había llegado al firme natural, con lo que la fecha inicial de asentamiento debería rebajarse. En 1987 se comienzan las excavaciones, las cuales se han prolongado hasta la actualidad aunque con varios años de interrupción. Se ha excavado en distintos puntos y de los resultados obtenidos se ha establecido que el inicio del asentamiento pudo tener lugar en la segunda mitad del siglo VIII a.C. y que el mismo mantuvo su carácter insular hasta época púnica, con una ocupación ininterrumpida hasta 580-570 a.C. cuando una gran crecida del río provocó el abandono precipitado del asentamiento y el traslado de la población a la vecina Malaka; esas crecidas ya se habían producido con anterioridad y las mismas aparecen documentadas en el yacimiento. A continuación se sucedió una fase de abandono por un periodo de cien años y ya en el siglo V a.C. aparece como un centro productor de ánforas, aunque la doctora Aubet plantea que aunque existe actividad no hay una ocupación permanente y que se trataría de una producción que estaría controlada por otros asentamientos de alrededor.
El yacimiento, que llegó a ocupar una superficie de 10 Ha., se ubica en un entorno rico para la agricultura de regadío y para la ganadería, existiendo también una arcilla de buena calidad que se usaría para la fabricación de ánforas y pithoi, actividad alfarera que se documenta desde los primeros momentos y los análisis de las pastas denotan la presencia de componentes marinos. Esas ánforas servirían para el transporte de almendras, cereales, aceite, etc., y de los datos obtenidos en el yacimiento se puede inferir la dieta de sus habitantes: ganado vacuno y mucho cerdo. Junto a la cerámica fenicia también aparece cerámica importada de Cartago, Cerveteri, Atenas, Corinto, etc., las cuales serían para el uso del poblado y que tras su primera utilización se les daba otra utilidad. Se detecta una deforestación del entorno desde la llegada de los fenicios hasta el siglo VI, la cual debería interpretarse por la necesidad de disponer de más tierra cultivable y para uso del ganado.
Algunas casas presentan una estructura clásica fenicia, con plantas rectangulares, algunas de ellas de seis o más habitaciones dispuestas en torno a un patio central abierto; en ellas se ha podido establecer las actividades económicas que se desarrollaron en su interior gracias al registro arqueológico: hay zonas de almacenaje, de preparación de tinte, de cocina, de probable culto doméstico, etc., lo que se establece por la aparición de ánforas, conchas de múrex, huevos de avestruz y lucernas, etc. Algunas de esas casas presentan sus propios embarcaderos a los que se accede por una escalera de piedra, relacionados con la explotación de los recursos pesqueros o de la importancia que tuvo que tener el río en el contacto con el interior.
En la campaña de 1995 se pusieron al descubierto varias viviendas de principios del siglo VII a.C. y los restos de un posible muro de contención en la zona más próxima al río. También la presencia de una gran calle de unos 5 m. de ancho que debió ser una de las vías principales de la ciudad y donde existen pequeños tabiques de piedra perpendiculares a los muros de las viviendas y construidos a intervalos regulares, que delimitan pequeños espacios cuadrangulares que formarían soportales a modo de pequeñas tiendas donde se almacenaban o exponían mercancías, formando una "calle comercial" donde se produciría el intercambio con las poblaciones indígenas el hinterland; los materiales hallados en el interior de estas dependencias confirman su actividad económica, pues el análisis del contenido de las ánforas encontradas apunta a bienes de subsistencia: trigo, cebada, uvas, almendras o pescado. Incluso el análisis físico-químico del suelo ha llevado a plantear que por dicha calle circularon animales y ganado. Ese hinterland cercano a Cerro del Villar lo formarían asentamientos poco conocidos, pero de los que hay indicios en Campamento Benítez, Loma del Aeropuerto o Loma de San Julián, y sobre los que se debate si eran asentamientos fenicios en tierra firme o asentamientos indígenas.
Poca difusión. Muchos malagueños desconocen aún la importancia de los restos que se encontraron en las catas, que demuestran que los pobladores de hace 2.800 años seguían ritos religiosos y tenían una industria textil y pesquera fuerte
Piezas como la diosa Tanit, el dios Bes y el tapón de una jarra ritual representan, según Muñoz Gambero, la religiosidad de los semitas. El comercio está representado por la boca de ánfora con la proa de un barco y la industria, por la pesa del telar. "Este asentamiento tenía una industria basada en la pesca y en el textil", comenta el arqueólogo. "En cuanto al comercio, exportaban minerales como el cobre, la plata y el oro, la mica, el cuarzo y el feldespato", dice el experto, además de los productos extraídos de las salazones de pescado, como el garum. Además, en este enclave se capturaba el murex, un molusco con el que se hacía la púrpura para teñir tejidos y que aparecieron en gran cantidad en las excavaciones y en la superficie.
"Cuando descubrí aquello, el capataz de la finca que pertenecía a Carlos La Mothe y Salvador de Almansa nos dijo que conocían de 12 a 14 piletas o albercas y una docena de hornos que habían sido destruidos", subraya Muñoz Gambero. "Esto denota la gran importancia de la industria salazonera del Cerro del Villar". Además, según el arqueólogo, la pesca no sólo es un recurso económico sino también de subsistencia.
Los estudios de este experto también destacan que el fenicio era un pueblo eminentemente religioso "y rendía culto en ritos muy particulares". Se descubrieron pequeñas capillas y se sospecha, aunque las excavaciones no lo han confirmado, que existió un templo fenicio y una necrópolis en lo que hoy es el barrio de San Julián. "Eran bastante respetuosos con este mundo espiritual", asegura el descubridor del yacimiento.
Pero los habitantes del Cerro del Villar de hace unos ocho siglos, no eran una comunidad cerrada. Realizaban intercambios con el mundo indígena. "Hay manifestaciones de ese entorno en ollas y platos muy toscas procedentes de ese residuo de la etapa llamada Bronce final ibérica", mantiene el arqueólogo. De los intercambios con el Mediterráneo oriental y central, también quedaron huellas como el anillo escarabeo basculante en el que está representado el dios Anubis. Es una reproducción fenicia pero para realizarla, tenían que tener cerca la influencia egipcia. Además, en las primeras campañas de excavación que hizo Muñoz Gambero se encontraron también cerámicas etruscas y vajillas griegas del Egeo.
En superficie aparecieron miles de piezas, se recogieron cajas y cajas, la mayoría de las cuales se guardan hoy en la Sección de Arqueología del Museo de Málaga. "En aquel entonces, hablar de ciudad fenicia era un pecado incluso para la arqueología oficial", comenta el experto, y añade que "el Gobierno Civil nos prohibió hacer manifestaciones acerca de que habíamos descubierto la ciudad fenicia de Malaka", sostiene Muñoz Gambero. Sin embargo, tuvieron vía libre para excavar y montaron uno de los primeros campamentos arqueológicos de España, con laboratorio de química incluido. En estas catas encontraron dos pequeños crisoles y averiguaron que en uno de ellos se había fundido bronce y plata. Eso les dio una idea de que la industria de la orfebrería debió de tener consistencia.
Estos trabajos sobre el terreno (estuvieron un mes de excavación) también demostraron que la zona había sido afectada por tres grandes inundaciones, "había capas arcillosas y se habían afectado las estructuras. En algunas habitaciones quedaron petrificadas ramas y materiales que lleva la riada, detalles que ayudaron a engrandecer la investigación", recuerda el arqueólogo. En el último estrato, en la parte más cercana a la superficie, apareció la última pieza que atestigua según los técnicos el abandono definitivo de la ciudad hacia el año 500 antes de Cristo. El material era un plato pescatero de barniz rojo, que pertenecía a una vajilla de lujo. A partir de esa pieza, ya no se encontraron más restos en el enclave. La población desaparece.
"Es posible que con la ciudad ya abandonada se utilizaran algunos hornos que permanecen operativos hasta el siglo II antes de Cristo", señala Muñoz Gambero. "La zona se sigue utilizando, aunque a menor escala, porque a extramuros de la ciudad se encontraron termas romanas del siglo I después de Cristo, aunque ya no se habita porque eran conscientes del peligro de las inundaciones cíclicas", añade.
Este arqueólogo asegura que por parte del Gobierno Central y Autonómico el yacimiento se abandona hasta que no se invitó a investigar a la profesora María Eugenia Aubet. "Se ha agredido. Hasta se concedió licencia para la extracción de agua y cuando las máquinas hicieron la canalización se llevaron casas, hornos y de todo", denuncia el descubridor del Cerro del Villar. Además, parte del terreno fue enterrado por la mota de tierra que se ha hecho para que el Guadalhorce no se desborde.
El pueblo fenicio se asentó en la desembocadura del Guadalhorce en el siglo VIII, durando su ocupación hasta comienzos del siglo VI a. C. Su abandono vino motivado por las devastadoras inundaciones derivadas tanto de su carácter insular y de una ubicación cercana a un cauce fluvial como de la progresiva colmatación aluvial del primitivo estuario, consecuencia de una explotación forestal, dirigida al abastecimiento de madera para la construcción naval y de su uso como material de combustión en los hornos alfareros.
Según indican los estudiosos, en el siglo V a.C. volverá a ser de nuevo ocupado para desarrollar actividades económicas, como la producción cerámica, pero no volverá a conocer un asentamiento estable de población.
Recursos económicos
El “Cerro del Villar” gozaba de unas condiciones estratégicas que lo convertían en un punto vital dentro de las rutas comerciales marítimas de la civilización fenicia. Además, este asentamiento se encontraba ubicado en la desembocadura del Guadalhorce, excepcional vía de comunicación terrestre con los poblados indígenas situados en el entorno cercano y con comunidades ubicadas en zonas más distantes, como pueden ser las comarcas de Ronda y Antequera o áreas del interior de Andalucía, como la vega granadina y el Valle del Guadalquivir.
La zona del curso bajo del Guadalhorce brindaba unas condiciones óptimas para la práctica de una agricultura intensiva de regadío, propiciada por la abundancia de agua y la fertilidad de los limos acumulados. Los principales cultivos eran los cereales, como la cebada y el trigo, la vid y el olivo.
Estas condiciones óptimas para la producción agrícola benefició el nacimiento de una producción excedentaria que se comercializaría.
Las posibilidades agrícolas de la zona se complementaban con la práctica de otras actividades como la pesca y el marisqueo, y la explotación ganadera.
Producción de cerámica
La producción cerámica en el “Cerro del Villar” ocupó un lugar prioritario como demuestra la existencia de un taller de alfarería de principios del siglo VI a. C.: un gran edificio rectangular de unos 13 metros de longitud, y con una división bipartita y uso de su zona exterior.
Esta actividad contaba además con una abundancia de materia prima para su elaboración: las arcillas terciarias del valle del Guadalhorce y riqueza de agua.
Las piezas cerámicas más producidas eran las ánforas y los pithoi, recipientes de gran tamaño que tenían función de almacenaje de distintos productos destinados al comercio marítimo, como los cereales, el vino y aceite. Este aspecto pone de manifiesto el peso que tuvo la actividad comercial en esta ciudad fenicia.
Urbanismo
Las campañas arqueológicas ejecutadas en el yacimiento del “Cerro del Villar” han puesto de manifiesto la existencia de distintas viviendas, entre las que sobresale la planta completa de una casa de grandes proporciones de perímetro rectangular de finales del siglo VII a. C.
Las viviendas se construyeron sobre bases de piedra y muros de adobe, y se dividían en habitaciones de base rectangular organizadas en torno a un patio central.
Otro elemento característico del urbanismo del asentamiento del “Cerro del Villar” es la existencia en su zona central de una vía de unos 5 metros de ancho que poseyó un carácter comercial, como apunta la aparición en sus laterales de habitáculos cubiertos y abiertos a dicha calle, que responden a establecimientos dedicados al intercambio de productos y mercancías.
También hay constancia de una necrópolis de incineración, conocida como Cortijo de Montañez, datada en el siglo VI a. C., que situaría en los terrenos donde actualmente se encuentra el Polígono Industrial Villarrosa.
Relación con la población indígena
La consolidación de un asentamiento fenicio tenía en unas relaciones cordiales y fluidas con la población autóctona un pilar de primer orden, principalmente con la clase dirigente, que permitía el aprovechamiento de los recursos económicos de la zona. Por tanto, la élite indígena conoció un afianzamiento dentro de la estructura social autóctona, siendo usuales los intercambios de regalos de lujo, como la orfebrería de oro.
Los intercambios comerciales fueron la base de las relaciones con los asentamientos indígenas, generando una reactivación de la economía de la zona colonizada, teniendo en los metales y los productos agrícolas los elementos más demandados. Por su parte, los fenicios nutrirían estos intercambios con vino, aceite, púrpura y productos de pesca, como la salsa garum.
Otros ámbitos que conocieron modificaciones fruto de la instalación del pueblo fenicio fue la producción cerámica, debido a la introducción del torno de alfarero, la adopción de nuevos elementos decorativos y aumentando además la variedad tipológica, y el trabajo metalúrgico con la adopción de nuevas técnicas, como el tratamiento del bronce en hueco.
Una de las principales aportaciones de la civilización fenicia fue su sistema de escritura, considerado el “padre” de los alfabetos. Era un sistema de escritura consonántico y estuvo en vigor desde el siglo XI a.C. al siglo III d.C., siendo el sentido de la escritura de derecha a izquierda.
Todo contacto entre pueblos genera un proceso de intercambio cultural mutuo. Está interacción se hace más sólida cuando el grado de consolidación de la población colonizadora se va afianzando, dando lugar a una simbiosis de elementos, como manifiesta, por ejemplo, que en piezas cerámicas se entremezclen motivos decorativos autóctonos y del Mediterráneo Oriental, punto del que procedía el pueblo fenicio.