El yacimiento de Cerro del Mar se encuentra en una
pequeña elevación en el margen oriental de la desembocadura del río Vélez, a la
salida de una antigua bahía existente en época fenicia. Hoy sin embargo se
encuentra más alejadode la línea de costa.
Algunas teorías hacen corresponder este yacimiento
con la antigua ciudad púnica y después romana de Maenoba, identificada por A.
Schulten como Mainake-Maenoba. Su cronología arranca, para sus investigadores,
en el siglo VI a.n.e., pero las mayores evidencias son ya del s. IV, en época
púnica, con una ocupación ininterrumpida que va hasta el s. II a.n.e., sin
contar con una posterior implantación de época romana imperial. Además en este
yacimiento existe un sector de necrópolis arcaica (siglo VII a.n.e.) de
incineración en la zona conocida como la vega de Mena, que posiblemente se
relaciona con el asentamiento arcaico de Toscanos.
En la ladera suroeste de
Cerro del Mar –campaña de 1978– se conoció una pequeña necrópolis compuesta por
28 tumbas de pozo o fosa, dotadas de bancos laterales, que alcanzaban
entre 1 y 1,5 m de profundidad, ocupando unos 350 m², destruida por las
remociones de tierra llevadas a cabo en época romana.
En el S. de la Península Ibérica la incineración fue el primer rito
funerario practicados en las colonias fenicias, habiéndose localizado y
excavado una decena de necrópolis arcaicas con reducido número de tumbas de
incineración con urna y con una cronología entre fines del s. VIII a los
inicios del s. VI a.C.:
Esta necrópolis es mal conocida, pues sólo se
ha publicado el plano y perfil de la tumba 14. Los escasos materiales
aparecidos se asocian con los restos de una urna de alabastro de la tumba 9,
varios fragmentos cerámicos de engobe rojo y algún trozo de kotyle protocorintio,
que permiten datar los enterramientos en los inicios del siglo VII.
Mientras, la tumba 14, una fosa de bancos laterales similar a las encontradas
en Jardín, se fecharía en el siglo VI a.C,
donde se encontraron más de una treinta pozos u hoyos.
Años más tarde se producen otros testimonios
materiales o urnas de alabastro, pero descontextualizados. En la campaña de
1976 O. Arteaga documentó un fragmento de borde y asa17.
Posteriormente, D. Antonio Valcárcel, antiguo capataz del IAAM
en la zona de Vélez-Málaga, encontró otros restos
pertenecientes al mismo ejemplar, completándose casi toda la pieza desde la
boca hasta la zona media. Se correspondía con un ánfora de alabastro de gran
tamaño, diámetro en la boca de 16,8 cm y anchura máxima 35,2 cm. Sometido a un
análisis petrológico aseguró su origen egipcio.
El rito fenicio de la incineración, adoptado y conservado
en el orientalizante e ibérico del interior peninsular, será sustituido por el
de la inhumación hacia el s. VI a.C.
en las necrópolis púnicas de la costa
Con el nuevo rito de las necrópolis fenicias los cadáveres
se incineran en «ustrinum» o quemadero común y raramente en la misma tumba de
fosa («bustum»), como sucede en ciertas necrópolis orientalizantes.
Incinerado el cadáver, las cenizas y fragmentos óseos
quemados son recogidos, cuidadosamente lavados e introducidos en urnas
cinerarias de cerámica o de alabastro como ocurre en Cerro del Mar, y en otras
necrópolis.
Aparece un ánfora del tipo 3 tipo Laurita con las siguientes
características: ovoide normal, cuello troncocónico invertido, pequeño borde
saliente y asas semicirculares verticales bajo los hombros.
El tipo 3 es una derivación del ánfora cananea de cerámica
o alabastro que traían o transportaban
los fenicios por todo el Mediterráneo como demuestran los diferentes hallazgos
en los poblados y en las necrópolis.
Esta forma se identifica con el «alabastrón» egipcio,
asimilado en cerámica por el orientalizante corintio, distribuido
abundantemente por todo el Mediterráneo. El alabastrón servirá de urna
cineraria en la tumba 3 de Trayamar y, algo reducida, en la necrópolis del
Cerro del Mar.
En principio, la función de estos vasos es de
contenedores o lujosos envases para productos de calidad, primordialmente vino
y ungüentos aromáticos, según se deduce de sus inscripciones, destinados al
suntuoso ajuar funerario en las tumbas de los faraones o funcionarios nobles,
según se constata en la necrópolis real de Tanis, en los textos de los
jeroglíficos y en las representaciones grabadas de Bes y Hathor en los vasos.
Los vasos sirvieron también de valiosos productos de
exportación comercial o de apreciados regalos a los soberanos siro-palestinos y
fenicios, pero la mayor parte de los vasos de la dinastía XXII hallados en
Oriente y el Mediterráneo se atribuye a los saqueos de algunas tumbas reales y
de nobles de la necrópolis de Tanis en momentos de anarquía de la segunda mitad
del s. VIII y del s. VII, saqueos atribuidos a
piratas griegos o a comerciantes poco escrupulosos.
Los fenicios de Tiro y Sidón debieron sentir una
especial predilección por estos vasos, conservados como tesoros o como «sacra
aegyptiaca» en sus palacios. Según una inscripción en cuneiforme de un vaso de
Takelot III (764-757) hallado en el palacio de Asaradón (681-670) en Asur
(W. Andrae, 1938; F.W. von Bissing, 1940; C. Preuser, 1955), el vaso
contenía aceite (óleo aromático), habiendo llegado a Asiria procedente del
botín del palacio sidonio de Abdimilkuti, capturado por Asaradón el año 676
a.C. Los otros vasos hallados en los palacios asirios de Nimrud y Asur
provienen igualmente de los saqueos de ciudades fenicias por parte de los
asirios.
Si en Egipto los vasos de alabastro se utilizaron como
contenedores de vino y ungüentos de calidad, componentes del ritual funerario,
como productos de exportación comercial o como prestigiosas donaciones a los
soberanos orientales, y si en los palacios de Fenicia, Siria, Palestina,
Asiria, Escitia y Creta serán objetos de prestigio y lujo, por otra parte, en
las necrópolis fenicias del Mediterráneo occidental y concretamente de Cartago
y de la Península Ibérica estos vasos cambiaron su función, convertidos en
urnas cinerarias de personajes de alto rango social, especialmente en Laurita.
La oinochoe piriforme es frecuente en los yacimientos
fenicios de Iberia al oriente del Guadalquivir, habiendo sido hallados cuatro
ejemplares completos en la necrópolis y uno en el Cerro del Mar. fechado en la segunda mitad del s. VII.
Las incineraciones en urnas de alabastro egipcias en las necrópolis
tales como Cerro del Mar, confieren a este grupo fenicio
arcaico de la costa andaluza, una homogeneidad peculiar y diferente a la de los
otros grupos del Mediterráneo central y occidental.
La metalurgia del hierro, infravalorada por las
investigaciones, se presenta como una artesanía y producción fundamental en los
establecimientos fenicios al oriente del Estrecho, donde este mineral es
relativamente abundante ya desde el s. VIII hasta el s. VII en el
Cerro del Mar y otros yacimientos Fenicios.
Como todos los centros fenicios costeros y la mayoría de la
antigüedad, es lógico o fácil de pensar que también debió de existir allí una
de las muchas factorías o
fábricas de salazones e industrias de pescado que tenían distribuidas
por todo el Mar Mediterráneo.
Según nos dice Pilar Rodríguez Aguilar, la factoría del Cerro del Mar se mantuvo al menos hasta
el siglo III después de C,
Schulten situaba el Cerro del mar en la ciudad de Maenuba o
Mainake, mientras que la ciudad griega se situaría en el Cerro del Peñón. Tengamos
en cuenta que la población vivía por
etnias, unas cercanas a otras, pero cada uno en su poblado respectivo, y era
así como negociaban, aunque es posible que hubiese un mestizaje de razas.